Día tonto vacacional
A veces, en días como el de hoy, me da por comparar a los hombres con los libros.
Puede suceder que comiences, entusiasmada, a leer un libro del cual tenías buenas referencias y te apetecía leer bastante, pero a medida que avanza se convierte en tan tedioso que hasta haces un esfuerzo por leerlo. Esto ocurre día tras día, hasta que llega el momento en el que te armas de valor y decides cerrarlo para siempre, a veces incluso estás cerca del final pero ya no soportas más tener que dedicarle tanto esfuerzo tan solo para lograr leer unas líneas. Y yo leo para divertirme, recrearme, entretenerme, amenizarme, regodearme, animarme, regocijarme, deleitarme, complacerme… no para aburrirme, hastiarme, exasperarme, irritarme o disgustarme. De modo que cuando por fin has aceptado tu derrota lo arrinconas en la estantería mientras ya comienzas a pensar en el siguiente. Estos son los, digamos, poco afortunados.
Otras veces ocurre que el libro te entusiasma, incluso se podría decir que pierdes algo de vida ya que TODO es el libro. Duermes poco, prefieres quedarte en casa leyendo antes que quedar para ir a tomar unas cervezas y pones mil excusas, aprovechas cada minuto que tienes para poder avanzar unas líneas. Y las disfrutas, una a una. Son los que despiertan cierta pasión dentro de ti.
También está ese libro que buscas incansablemente librería tras librería de un modo hasta desconsolado. Ese que sabes que probablemente nunca llegará a tus manos. De estos tengo tres ya descatalogados que busco incansablemente por todo tipo de librerías. Una vez, hace ya unos años, por estas fechas en Madrid fui a una pequeña librería detrás de Malasaña a la que llegaba tras preguntar en otra anterior. De allí me mandaron a otra librería aun más pequeña, de esas de campanilla en la entrada en un semisótano, por Las Ventas. Se había convertido en una auténtica cacería. No lo encontré y desistí. Por el momento. En este caso corres el riesgo de que se convierta en platónico.
También están los clásicos, los de toda la vida. Los que has releído varias veces e incluso sabes que volverás a dedicarles tu tiempo. Lo merecen, se han hecho con cierto espacio en tu interior y pasan a ser merecedores de todo (o casi todo). Lo que algunos llaman tener un remember.
En otras ocasiones pasan sin pena ni gloria. Simplemente lo lees porque es entretenido, ameno, fácil de leer, y en ese momento no tienes otra cosa más interesante a mano. Lo que comúnmente se conoce como pasar el rato.
Y siempre hay algún libro que sientes que tienes que leer, e incluso lo tienes ya. Está en la estantería esperándote, pero sabes que ni es el momento ni quieres que lo sea, por ahora. Quizás porque en realidad quieres poder dedicarle el tiempo que se merece. Cuando comiences a leer no quieres pensar en otra cosa que no sea el libro. Todo tu tiempo será para él. Quieres poder disfrutarlo sin que el sueño te invada por las noches, sin que las prisas te apremien o sin que ciertas obligaciones tanto sociales como familiares te interrumpan. Esos siempre son los mejores. Cuando acabe acabó, pero lo habrás disfrutado de principio a fin sin concesiones ni condicionamientos. Como toca. Yo siempre pienso en ellos como el libro de mi vida.
Y de estos últimos tengo alguno reservado.
Por cierto, hoy me he visto obligada a denostar un libro, y para curarme de tal fiasco he decidido releer un clásico, darme un homenaje, una apuesta segura totalmente recomendable y que gana con los años.
Cuando he abierto El retrato de Dorian Gray me he sorprendido al ver que ponía la fecha de la primera vez que lo leí, 1992.
Puede suceder que comiences, entusiasmada, a leer un libro del cual tenías buenas referencias y te apetecía leer bastante, pero a medida que avanza se convierte en tan tedioso que hasta haces un esfuerzo por leerlo. Esto ocurre día tras día, hasta que llega el momento en el que te armas de valor y decides cerrarlo para siempre, a veces incluso estás cerca del final pero ya no soportas más tener que dedicarle tanto esfuerzo tan solo para lograr leer unas líneas. Y yo leo para divertirme, recrearme, entretenerme, amenizarme, regodearme, animarme, regocijarme, deleitarme, complacerme… no para aburrirme, hastiarme, exasperarme, irritarme o disgustarme. De modo que cuando por fin has aceptado tu derrota lo arrinconas en la estantería mientras ya comienzas a pensar en el siguiente. Estos son los, digamos, poco afortunados.
Otras veces ocurre que el libro te entusiasma, incluso se podría decir que pierdes algo de vida ya que TODO es el libro. Duermes poco, prefieres quedarte en casa leyendo antes que quedar para ir a tomar unas cervezas y pones mil excusas, aprovechas cada minuto que tienes para poder avanzar unas líneas. Y las disfrutas, una a una. Son los que despiertan cierta pasión dentro de ti.
También está ese libro que buscas incansablemente librería tras librería de un modo hasta desconsolado. Ese que sabes que probablemente nunca llegará a tus manos. De estos tengo tres ya descatalogados que busco incansablemente por todo tipo de librerías. Una vez, hace ya unos años, por estas fechas en Madrid fui a una pequeña librería detrás de Malasaña a la que llegaba tras preguntar en otra anterior. De allí me mandaron a otra librería aun más pequeña, de esas de campanilla en la entrada en un semisótano, por Las Ventas. Se había convertido en una auténtica cacería. No lo encontré y desistí. Por el momento. En este caso corres el riesgo de que se convierta en platónico.
También están los clásicos, los de toda la vida. Los que has releído varias veces e incluso sabes que volverás a dedicarles tu tiempo. Lo merecen, se han hecho con cierto espacio en tu interior y pasan a ser merecedores de todo (o casi todo). Lo que algunos llaman tener un remember.
En otras ocasiones pasan sin pena ni gloria. Simplemente lo lees porque es entretenido, ameno, fácil de leer, y en ese momento no tienes otra cosa más interesante a mano. Lo que comúnmente se conoce como pasar el rato.
Y siempre hay algún libro que sientes que tienes que leer, e incluso lo tienes ya. Está en la estantería esperándote, pero sabes que ni es el momento ni quieres que lo sea, por ahora. Quizás porque en realidad quieres poder dedicarle el tiempo que se merece. Cuando comiences a leer no quieres pensar en otra cosa que no sea el libro. Todo tu tiempo será para él. Quieres poder disfrutarlo sin que el sueño te invada por las noches, sin que las prisas te apremien o sin que ciertas obligaciones tanto sociales como familiares te interrumpan. Esos siempre son los mejores. Cuando acabe acabó, pero lo habrás disfrutado de principio a fin sin concesiones ni condicionamientos. Como toca. Yo siempre pienso en ellos como el libro de mi vida.
Y de estos últimos tengo alguno reservado.
Por cierto, hoy me he visto obligada a denostar un libro, y para curarme de tal fiasco he decidido releer un clásico, darme un homenaje, una apuesta segura totalmente recomendable y que gana con los años.
Cuando he abierto El retrato de Dorian Gray me he sorprendido al ver que ponía la fecha de la primera vez que lo leí, 1992.
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