Tengo hambre de ti y tu voz
No hay nada como una reunión para terminar la semana, y el asunto mejora significativamente cuando a quien le toca dirigirla es a mi misma. Nada más terminarla pienso que necesito una copa, María me lee el pensamiento y también se apunta Alfredo. Así acabé la semana. La mayor parte de las veces no me atrevo a salir de la cama y afrontar la tiranía de la perfección. La percepción de la falsedad del mundo a mi alrededor, incluyendo la mía propia, así como la vacuidad de las relaciones, crece hasta tal punto que no puedo ver nada más ni seguir luchando. Soy de las que piensa que hay que partir del inconformismo, porque cuando todos pensemos igual llegará la obviedad del pensamiento único. Y entonces no se avanzará. Si creemos que nada sirve para nada, como ahora alguno defiende, es porque se ha perdido el idealismo. Y yo aun no he madurado lo suficiente para ello.
Cuando adquieres cierta consciencia de que vives en el mundo quieres alejarte de él, porque no es bueno, es un mundo fast food de rebajas, así que intentas alienarte sin llegar a enloquecer, intentas centrarte en lo que vale la pena, ir creando un pequeño e íntimo nicho, un rincón o hueco en el que poder sentirme cómoda. Lo inteligente sería ser capaz de crearlo, ir alimentándolo incansablemente para que vaya creciendo, pero sin que te llegue a devorar. Mantener el equilibrio, como siempre sería lo mejor, pero también como siempre es lo más difícil. Tan difícil que es muy fácil que ese mundo te engulla porque ha crecido tanto que ya no puedes evitar lo que vendrá después. Puede llegar un momento en el que ya no te interesa tanto lo que te rodea, te aburre, todo te parece soso e insignificante. Al final acabas aislada en tu entorno de intimidad, repleto de música, con un romanticismo tan exacerbado como no exento de ironías, entre lo temeroso y lo escapista. En este punto lo único que puedo tener claro es que el interés conduce al deseo, el deseo a la esperanza, y la esperanza a la desilusión. De modo que llegas a la conclusión de que lo mejor es no interesarse demasiado por algo o por alguien, porque al final siempre acabas bien jodida. Eso y que si no mueres joven, los años te ofrecen muchas otras posibilidades de morirte por dentro. Puedes equivocarte totalmente y convertirte en algo que de joven despreciabas. Y eso es bien jodido, tanto como mirarte al espejo cada mañana. Y el cinismo no es más que otro modo de supervivencia. Hace ya tiempo averigüé eso de que la vergüenza es como el dolor, sólo se siente una vez. Ahora ya se que algo parecido ocurre con la dignidad. Cuando la pierdes ya te da igual el resto, poca cosa más te queda por perder. Y de los rituales que al atardecer se proclaman solo quedará la eterna monotonía del beso que será entonces mero alimento. Pero que algo quede bien claro, a pesar de tanta fatalidad bien merecida, ahora tan solo me queda esperar a que llegue el día definitivo. Reconoceré sin pudor que dejó más huella que ninguno, aunque no esté, porque no quiso estar. Le he perdido respeto a la vida, pero aun así le agradezco el haber encontrado a la persona más importante y el haber sido capaz de reconocerle como el hombre de mi vida. Pero me duele esa promesa de no volver a verle. Quizás el sueño y la vigilia, como el pasado y el presente o lo verdadero y lo falso, tienden a apelotonarse, a confundirse. Y sigo pensando que jamás había conocido a alguien tan cautivador. El desear verle y el no verle por voluntad propia me inunda y me inmoviliza. Podría haberme diluido en él, si él me hubiera dejado.
Cuando adquieres cierta consciencia de que vives en el mundo quieres alejarte de él, porque no es bueno, es un mundo fast food de rebajas, así que intentas alienarte sin llegar a enloquecer, intentas centrarte en lo que vale la pena, ir creando un pequeño e íntimo nicho, un rincón o hueco en el que poder sentirme cómoda. Lo inteligente sería ser capaz de crearlo, ir alimentándolo incansablemente para que vaya creciendo, pero sin que te llegue a devorar. Mantener el equilibrio, como siempre sería lo mejor, pero también como siempre es lo más difícil. Tan difícil que es muy fácil que ese mundo te engulla porque ha crecido tanto que ya no puedes evitar lo que vendrá después. Puede llegar un momento en el que ya no te interesa tanto lo que te rodea, te aburre, todo te parece soso e insignificante. Al final acabas aislada en tu entorno de intimidad, repleto de música, con un romanticismo tan exacerbado como no exento de ironías, entre lo temeroso y lo escapista. En este punto lo único que puedo tener claro es que el interés conduce al deseo, el deseo a la esperanza, y la esperanza a la desilusión. De modo que llegas a la conclusión de que lo mejor es no interesarse demasiado por algo o por alguien, porque al final siempre acabas bien jodida. Eso y que si no mueres joven, los años te ofrecen muchas otras posibilidades de morirte por dentro. Puedes equivocarte totalmente y convertirte en algo que de joven despreciabas. Y eso es bien jodido, tanto como mirarte al espejo cada mañana. Y el cinismo no es más que otro modo de supervivencia. Hace ya tiempo averigüé eso de que la vergüenza es como el dolor, sólo se siente una vez. Ahora ya se que algo parecido ocurre con la dignidad. Cuando la pierdes ya te da igual el resto, poca cosa más te queda por perder. Y de los rituales que al atardecer se proclaman solo quedará la eterna monotonía del beso que será entonces mero alimento. Pero que algo quede bien claro, a pesar de tanta fatalidad bien merecida, ahora tan solo me queda esperar a que llegue el día definitivo. Reconoceré sin pudor que dejó más huella que ninguno, aunque no esté, porque no quiso estar. Le he perdido respeto a la vida, pero aun así le agradezco el haber encontrado a la persona más importante y el haber sido capaz de reconocerle como el hombre de mi vida. Pero me duele esa promesa de no volver a verle. Quizás el sueño y la vigilia, como el pasado y el presente o lo verdadero y lo falso, tienden a apelotonarse, a confundirse. Y sigo pensando que jamás había conocido a alguien tan cautivador. El desear verle y el no verle por voluntad propia me inunda y me inmoviliza. Podría haberme diluido en él, si él me hubiera dejado.
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