jueves, abril 23, 2009

Coachella 2009: Previo

Los festivales se pueden contar de muchas maneras, la más lógica y habitual es contando tan sólo los grupos que se han visto y disfrutado. Otra posibilidad interesante (y debido a que aun no hemos desarrollado el don de la ubicuidad) sería además de lo visto también dar debida cuenta de aquellos grupos que te has visto obligada a descartar, ya sea bien por programación bien por cualquier otra razón; y que en el caso de un festival grande por mucho descarte que sean siguen siendo nombres importantes. Puede que algún día lo haga así pero en esta ocasión me recrearé de nuevo contando tan sólo aquello que cayó en Coachella el fin de semana pasado, que siempre resultará más corto que enumerar aquello que se quedó en el camino.
Pero si el festival propiamente dicho comenzaba el viernes, el jueves previo tenía lugar uno de esos llamados unannounced Coachella warm-up shows al parecer ya tradicionales en los días previos. Había mucha expectación por esta actuación y es que los rumores de que serían My Bloody Valentine los encargados de ir calentando motores se confirmaron con un concierto celebrado en El Rey Theatre de LA, un local que quizás resulta más adecuado para su música al ser un teatro cerrado con muy buena acústica, de capacidad media y algo estrecho con lo cual resultaba perfecto para que el sonido rebotara por completo para nuestro dolor y deleite. El volumen fue abrumador y por momentos parecía que hasta las paredes iban a evaporarse por obra y gracia del tsunami sónico que MBV estaban creando ante nuestros ojos. ¿Puede el sonido convertirse en algo tan sólido, palpable y hasta visible? Puede que no, pero esos 15 minutos de paranoia que dejaron en you made me realise fueron de lo mejor que he oído nunca. Aquello sonaba como si nos hubiesen encerrado en un local con un avión a punto de despegar. Podría intentar entrar a describir ese sonido, que no es propiamente un muro como siempre he oído decir, sino algo mucho más fluido, pero me quedaría en simple intentona, y es que al menos a mi se me hace difícil ponerle palabras a todas las cosas que te encuentras dentro de ese ruido, los matices, las capas, los feedbacks, el volumen, las texturas… ¿Cómo puede tanto ruido llegar a ser tan sutil? Lo que Kevin Shields ha creado es un experimento continuo, una teoría que surgió de su cabeza y que aun hoy, camino de las dos décadas después, sigue intentanto explicar show tras show. El cuerpo acaba saturado de música, borracho, y las neuronas interconexionan forzadamente en un intento desesperado por ponerle cierto orden y lógica al caos sónico que te envuelve. MBV tocaron todas y cada una de las canciones que nosotros queríamos oír del modo exacto que ellos quisieron tocarlas. Las letras se intuyen cortando tímidamente alguna de esas capas enmarañadas de guitarra como queriendo hacerse un hueco entre ellas. Sin bises innecesarios y siempre artificiales, salieron nos dieron todo lo que quisieron darnos de una sola vez y nosotros dando las gracias por ello. Y cuando termina el concierto tan solo cabe preguntarse qué tipo de lucha interna llevó a KS a tales canciones, a ese tratamiento de la guitarra, a esos bellos matices, a esas melodías emparedadas.
En todo concierto de MBV se reparten tapones para los oídos, por tu propio bien te dicen, pero yo nos los empleé pensando en que si vas a ver a MBV que sea con todas las consecuencias. Los tapones te hacen perder detalles en cierto rango de frecuencia destacable, de modo que hay que hacerse valer ante el estruendo para apreciar realmente lo que se está volcando desde el escenario. O lo que es lo mismo, para poder apreciar realmente la música de MBV soy consciente de que hay que hacerse daño a una misma. Por lo visto en El Rey se llegaron a los 125 decibelios mientras que el umbral del dolor está en torno a los 130 dB. ¿Hasta qué punto el cuerpo puede aguantar tal avalancha de ruido? ¿cómo algo tan peligroso puede ser tan deliciosamente bello?