Soy la menor de cinco hermanos, seis si contamos también al que fue “adoptado”. Esto puede llevar a pensar que al ser la pequeña soy la mimada, nada más lejos de la realidad. En el caso de mi familia vinieron primero tres chicos, de modo que tras nacer la tan ansiada y buscada niña yo llegué de rebote tras un reconocido “descuido” en un fin de semana de escapada a Ibiza. Así que el papel de mimada y laureada se lo dejo a mi hermana, que para eso fueron en su búsqueda. Yo por mi parte sigo en la línea del segundo plano que me otorgó el lugar y la situación en la que nací y me crié, heredando la ropa de mi hermana tan cargada de color rosa y lazos que por otra parte arrancaba sin piedad alguna. Dicen que era una niña callada y, a priori, obediente pero que al final siempre hacía lo que me daba la gana, mi visión es diferente, y siempre iba tras mis hermanos, tan mayores y “sabios” ellos en todo lo que concierne a la vida (la del patio del colegio me imagino en esos momentos). ¿Y por qué cuento esto? Supongo que el hecho de escuchar a Morrissey estos días me recuerda a la época en la que vivíamos en Cádiz, quizás también algo a la de Vigo, haciendo honor a eso de que todo tiempo pasado siempre fue mejor. El caso es que no tengo el mismo recuerdo de niñez que el resto de la gente de mi edad. En mi casa los fines de semana se veía la bola de cristal, por supuesto! pero también se veía el motociclismo, envidiando a mis hermanos cuando pillaban su moto y se iban a ver un gran premio. Siempre he sido gran fan de las carreras antes que, por poner un ejemplo, de la cursi de Candy candy y su doble moral de niña buena y virginal que luego corría desesperada tras el chico. En el caso de la música ha sido más acentuado, ya que no recuerdo escuchar parchis ni cosas por el estilo, a mi lo que me gustaba eran otras cosas, cuando era bien pequeña a mi ya me molaba mucho el tipo ese de los ojos de diferente color (al que después pude ponerle nombre, Bowie) o el de los ojos pintados (R. Smith de The Cure), y recuerdo perfectamente el póster en el cuarto de mis hermanos del concierto del 87 de U2 en el Bernabeu con Pretenders como teloneros. Teniendo en cuenta que nací en plena explosión punk (1978) crecí en pleno post-punk y mis recuerdos se los debo a mi auténtica devoción por mis hermanos mayores; de modo que no resulta tan extraño pensar que bien pronto comencé a interesarme por mi misma en eso de la música. Estos días he estado escuchando el último disco de Morrissey.
Lo sabíamos desde hacía ya tiempo. ¡¡Vuelve Mozz!! Y así ha sido, ya está aquí con Ringleader of the Tormentors que sería algo así como el cabecilla de los atormentadores, y aquí estoy, acabando de digerirlo, con letras originales, glamour, soberbia sublime y una voz más trabajada que nunca. El segundo envite de esta segunda, o tercera, juventud del gentleman de Manchester será considerado, probablemente, como lo más destacado de este año, pero aun así me pasa con este disco lo mismo que con el propio Morrissey, me gusta y deja de gustarme a partes iguales. Parece que está algo crecido tras You are the Quarry (2004), y desde que se anunció su grabación se esperaba mucho de este disco. En mi caso particular la experiencia con discos anteriores hacía temerme lo peor, tanto que los pronósticos se han cumplido; se tratan al fin y al cabo de buenos temas pero los he tenido que escuchar varias veces para poder apreciarlos debidamente. Lo que está claro es que un disco totalmente Morrissey, tan afectado como siempre con su retahíla impertinente, sus títulos interminables, su excelente voz (aquí aun más si cabe) y su brillante sello personal en cada segundo del disco. Más Morrissey que el propio Morrissey, camino de convertirse en una caricatura de sí mismo o del personaje que se ha ido creando. Pesimista testarudo, cargado de sentimientos de agonía, optimismo, consternación, melancolía, vulnerabilidad, muerte, amor, sexo y todo ello expresado de un modo bastante gráfico con cosas como Now I’m spreading your legs, with mine in between o I entered nothing, and nothing entered me, ‘till you came with the key.
Lo suyo no es una tristeza a secas ni una depresión basada en la nada más actual, su contenido viene desde sus orígenes con los Smiths, cuando en los 80 lidera a toda una generación descontenta y deprimida no solo por un amor no correspondido, sino por una situación social y política de la Inglaterra de Thatcher. Morrissey actúa con sentimiento, haciendo canciones de amor con el sarcasmo y la ironía que solo surgen justo antes de volverse un cínico. Lo que nadie pone en duda es su personal sentido expresivo cuando habla del amor, del perdón y sobre todo de la muerte como si, a pesar de la contradicción, fuera lo único por lo que vale la pena seguir viviendo.
El single de presentación You have killed me tiene marca de la casa, hace uso de cierto humor negro para decir que el amado también es el asesino; indiscutible y buena canción pop que, sin estar mal, no se encuentra tampoco entre lo mejor de Morrissey. Con otro de los temas, The father who must be killed, intenta contrastar incluyendo, con cierta perversión por su parte, coros infantiles en una canción en la que parece hablar de un psicópata; en To me you are a work of art vuelve al escepticismo más puro con cosas como I’d give you my heart if I had one; y para cerrar se regodea con su renacer en la épica At last I am born, auténticamente Morrissey. Pero de entre todas destaca sin duda Life is a pigsty, con final dramático tras arrastrar lamentos propios durante 7 minutos. Ni una catástrofe ni tampoco uno de los discos del año.
En general, la figura de Morrissey me fascina y me produce un sentimiento de amor-odio por igual. Es uno de los iconos más enigmáticos de la música británica, con ese aura de melancolía, lirismo emocional y poético, posicionado desde el principio frente a las grandes corporaciones y mitómano declarado, fanático de gente como New York Dolls, T.Rex o Patti Smith. Me podría poner a defender con firmeza la discografía de los Smiths, porque es enorme y difícilmente ningún grupo de las islas podrá firmas cosas como The Queen is dead (1986) con canciones como There’s a Light That Never Goes Out con la mísera idea de la muerte como culminación del amor. En la época en la que surge el grupo nos encontraríamos con un grupo numeroso de bandas que descargaban sus frustraciones en rasgar guitarras y berrear a partes iguales, de entre tanta simpleza destacaron bandas más influyentes, entre las que se encontraban los Smiths. Con el buen sonido guitarrero de Johnny Marr y las letras del propio Morrissey cargadas de dudas existenciales, los Smiths se convirtieron en la gran sensación independiente de Inglaterra a principios de los 80, y su influencia se extiende aun a bandas actuales.
Al poco de surgir los Smiths, decidió eliminar sus nombres de pila, comenzaba a crearse el personaje, cambiar su forma de ser, su comportamiento y como símbolo de su nuevo comienzo y su nueva personalidad se hizo llamar simplemente Morrissey. Si existía interés mediático por la banda, mayor lo era hacia su peculiar vocalista con su extravagante personalidad y declaraciones suculentas para la prensa. En cinco años y cinco discos establecieron un modo de hacer distante y distinto, con palabras que no pertenecían a nadie más que al propio Mozz en las que, sin decir nada de modo evidente lo dejaba todo claro, al sugerir para desvanecerse al momento.
Aunque es bastante generalizado eso de que Morrissey sin los Smiths no es lo mismo, personalmente lo que veo no es una más que clara continuidad. Consiguió establecerse como un infinitivo por si mismo, un personaje de culto alimentado por la melancolía más enfermiza, del que se sabe menos de lo que sospecha. Comenzó su andadura en solitario recogiendo la esencia del grupo y canalizándola hacia el derroche emocional de Viva Hate (1988).
Hay muchos artistas prepotentes y egocéntricos, y dentro de estos nos encontraríamos con dos categorías muy claras: los que pueden serlo y los que no. En el primer grupo entraría gente que está por encima del bien y del mal, auténticos artistas personajes en si mismos, que se creen el centro del universo y se sienten en disposición de serlo (del segundo no merece la pena hablar en este momento, aunque me viene gente como Richard Ahcroft u otros de Manchester, los Gallagher). Podríamos pensar en gente como Bowie, Lou Reed, Bob Dylan… la lista es enorme, pero de entre todos podríamos destacar a Morrissey con un ego que supera al resto. Un auténtico narcisista que surge de la necesidad de ironizar sobre sus propias debilidades, para de algún modo poder sobrellevarlas. Con el paso del tiempo sigue conectando con su público de un modo tan personal que le hace tener un muy numeroso grupo de fans que no solo lo adoran sino que además lo imitan. Consciente de su condición de estrella e icono pop llegó a declarar algo así como Mis fans no me admiran, me quieren y de esto hace ya bastantes años, así que cabría esperar que ese ego del que presumía en el año 1991 haya ido en aumento a lo largo del tiempo, y más aun cuando tras el álbum anterior, con el que consiguió lo más parecido a una resurrección musical, comenzó una nueva época, no solo a nivel artístico sino más de reencontrada popularidad. También ha soltado otras perlas como No puedo estar equivocado siempre, es estadísticamente imposible o Nunca haré una cosa tan vulgar como divertirme; también es autor de cosas como Me niego a categorizar el sexo según los términos hetero, homo o bi, todos tenemos las mismas necesidades sexuales, el prefijo es inmaterial al querer esquivar de este modo cualquier pregunta sobre su tan cuestionada condición sexual. O mi preferida, La música es como una droga, pero no hay centros de rehabilitación para esto.
Mozz se ha creado (y creído) un personaje desde sus inicios con los Smiths cuando se debatía entre cortarse las venas o la sobredosis. Esa figura creada a su alrededor le ha convertido en un divo y así se ha querido mostrar en este álbum. Es curioso que quien tan bien y tanto ha escrito sobre la soledad y las miserias lo haga ahora sobre una espiritualidad nueva para él. Puede que ninguno le hayamos entendido todavía, en ese intento suyo de mostrarse sin dejarse ver del todo, protegido en una equívoca imprecisión en la que no para de negarse a si mismo una y otra vez, y a su propio personaje del que parece reírse a la vez que se ríe de nosotros.
Quizás el resultado de Ringleader of the tormentors no llegue ni la mitad de bueno que otros de sus discos, pero ya es un gran mérito que Morrissey, tras más de veinte años de carrera, siga estando a la altura.
Lo sabíamos desde hacía ya tiempo. ¡¡Vuelve Mozz!! Y así ha sido, ya está aquí con Ringleader of the Tormentors que sería algo así como el cabecilla de los atormentadores, y aquí estoy, acabando de digerirlo, con letras originales, glamour, soberbia sublime y una voz más trabajada que nunca. El segundo envite de esta segunda, o tercera, juventud del gentleman de Manchester será considerado, probablemente, como lo más destacado de este año, pero aun así me pasa con este disco lo mismo que con el propio Morrissey, me gusta y deja de gustarme a partes iguales. Parece que está algo crecido tras You are the Quarry (2004), y desde que se anunció su grabación se esperaba mucho de este disco. En mi caso particular la experiencia con discos anteriores hacía temerme lo peor, tanto que los pronósticos se han cumplido; se tratan al fin y al cabo de buenos temas pero los he tenido que escuchar varias veces para poder apreciarlos debidamente. Lo que está claro es que un disco totalmente Morrissey, tan afectado como siempre con su retahíla impertinente, sus títulos interminables, su excelente voz (aquí aun más si cabe) y su brillante sello personal en cada segundo del disco. Más Morrissey que el propio Morrissey, camino de convertirse en una caricatura de sí mismo o del personaje que se ha ido creando. Pesimista testarudo, cargado de sentimientos de agonía, optimismo, consternación, melancolía, vulnerabilidad, muerte, amor, sexo y todo ello expresado de un modo bastante gráfico con cosas como Now I’m spreading your legs, with mine in between o I entered nothing, and nothing entered me, ‘till you came with the key.
Lo suyo no es una tristeza a secas ni una depresión basada en la nada más actual, su contenido viene desde sus orígenes con los Smiths, cuando en los 80 lidera a toda una generación descontenta y deprimida no solo por un amor no correspondido, sino por una situación social y política de la Inglaterra de Thatcher. Morrissey actúa con sentimiento, haciendo canciones de amor con el sarcasmo y la ironía que solo surgen justo antes de volverse un cínico. Lo que nadie pone en duda es su personal sentido expresivo cuando habla del amor, del perdón y sobre todo de la muerte como si, a pesar de la contradicción, fuera lo único por lo que vale la pena seguir viviendo.
El single de presentación You have killed me tiene marca de la casa, hace uso de cierto humor negro para decir que el amado también es el asesino; indiscutible y buena canción pop que, sin estar mal, no se encuentra tampoco entre lo mejor de Morrissey. Con otro de los temas, The father who must be killed, intenta contrastar incluyendo, con cierta perversión por su parte, coros infantiles en una canción en la que parece hablar de un psicópata; en To me you are a work of art vuelve al escepticismo más puro con cosas como I’d give you my heart if I had one; y para cerrar se regodea con su renacer en la épica At last I am born, auténticamente Morrissey. Pero de entre todas destaca sin duda Life is a pigsty, con final dramático tras arrastrar lamentos propios durante 7 minutos. Ni una catástrofe ni tampoco uno de los discos del año.
En general, la figura de Morrissey me fascina y me produce un sentimiento de amor-odio por igual. Es uno de los iconos más enigmáticos de la música británica, con ese aura de melancolía, lirismo emocional y poético, posicionado desde el principio frente a las grandes corporaciones y mitómano declarado, fanático de gente como New York Dolls, T.Rex o Patti Smith. Me podría poner a defender con firmeza la discografía de los Smiths, porque es enorme y difícilmente ningún grupo de las islas podrá firmas cosas como The Queen is dead (1986) con canciones como There’s a Light That Never Goes Out con la mísera idea de la muerte como culminación del amor. En la época en la que surge el grupo nos encontraríamos con un grupo numeroso de bandas que descargaban sus frustraciones en rasgar guitarras y berrear a partes iguales, de entre tanta simpleza destacaron bandas más influyentes, entre las que se encontraban los Smiths. Con el buen sonido guitarrero de Johnny Marr y las letras del propio Morrissey cargadas de dudas existenciales, los Smiths se convirtieron en la gran sensación independiente de Inglaterra a principios de los 80, y su influencia se extiende aun a bandas actuales.
Al poco de surgir los Smiths, decidió eliminar sus nombres de pila, comenzaba a crearse el personaje, cambiar su forma de ser, su comportamiento y como símbolo de su nuevo comienzo y su nueva personalidad se hizo llamar simplemente Morrissey. Si existía interés mediático por la banda, mayor lo era hacia su peculiar vocalista con su extravagante personalidad y declaraciones suculentas para la prensa. En cinco años y cinco discos establecieron un modo de hacer distante y distinto, con palabras que no pertenecían a nadie más que al propio Mozz en las que, sin decir nada de modo evidente lo dejaba todo claro, al sugerir para desvanecerse al momento.
Aunque es bastante generalizado eso de que Morrissey sin los Smiths no es lo mismo, personalmente lo que veo no es una más que clara continuidad. Consiguió establecerse como un infinitivo por si mismo, un personaje de culto alimentado por la melancolía más enfermiza, del que se sabe menos de lo que sospecha. Comenzó su andadura en solitario recogiendo la esencia del grupo y canalizándola hacia el derroche emocional de Viva Hate (1988).
Hay muchos artistas prepotentes y egocéntricos, y dentro de estos nos encontraríamos con dos categorías muy claras: los que pueden serlo y los que no. En el primer grupo entraría gente que está por encima del bien y del mal, auténticos artistas personajes en si mismos, que se creen el centro del universo y se sienten en disposición de serlo (del segundo no merece la pena hablar en este momento, aunque me viene gente como Richard Ahcroft u otros de Manchester, los Gallagher). Podríamos pensar en gente como Bowie, Lou Reed, Bob Dylan… la lista es enorme, pero de entre todos podríamos destacar a Morrissey con un ego que supera al resto. Un auténtico narcisista que surge de la necesidad de ironizar sobre sus propias debilidades, para de algún modo poder sobrellevarlas. Con el paso del tiempo sigue conectando con su público de un modo tan personal que le hace tener un muy numeroso grupo de fans que no solo lo adoran sino que además lo imitan. Consciente de su condición de estrella e icono pop llegó a declarar algo así como Mis fans no me admiran, me quieren y de esto hace ya bastantes años, así que cabría esperar que ese ego del que presumía en el año 1991 haya ido en aumento a lo largo del tiempo, y más aun cuando tras el álbum anterior, con el que consiguió lo más parecido a una resurrección musical, comenzó una nueva época, no solo a nivel artístico sino más de reencontrada popularidad. También ha soltado otras perlas como No puedo estar equivocado siempre, es estadísticamente imposible o Nunca haré una cosa tan vulgar como divertirme; también es autor de cosas como Me niego a categorizar el sexo según los términos hetero, homo o bi, todos tenemos las mismas necesidades sexuales, el prefijo es inmaterial al querer esquivar de este modo cualquier pregunta sobre su tan cuestionada condición sexual. O mi preferida, La música es como una droga, pero no hay centros de rehabilitación para esto.
Mozz se ha creado (y creído) un personaje desde sus inicios con los Smiths cuando se debatía entre cortarse las venas o la sobredosis. Esa figura creada a su alrededor le ha convertido en un divo y así se ha querido mostrar en este álbum. Es curioso que quien tan bien y tanto ha escrito sobre la soledad y las miserias lo haga ahora sobre una espiritualidad nueva para él. Puede que ninguno le hayamos entendido todavía, en ese intento suyo de mostrarse sin dejarse ver del todo, protegido en una equívoca imprecisión en la que no para de negarse a si mismo una y otra vez, y a su propio personaje del que parece reírse a la vez que se ríe de nosotros.
Quizás el resultado de Ringleader of the tormentors no llegue ni la mitad de bueno que otros de sus discos, pero ya es un gran mérito que Morrissey, tras más de veinte años de carrera, siga estando a la altura.
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