viernes, abril 28, 2006

No dejan de sorprenderme estos momentos de resonancia desconocida en los que prima aquello que te encuentras en la calle.

El tiempo corrompe, y cuanto más pasa sin proceder, más viciado está el ambiente. El tiempo también es burlesco y cruel como cualquier desengaño, pero transcurre al ritmo de los propios pasos. Estoy un poco harta de atenderlo, de modo que me las guardo para devolvérselas al destino cuando vuelva a pasar por delante. Insomnio la noche y desde esa distancia intentaba borrarlo todo de las retinas para no recordarlo hoy.Pero al final logré dormir, y después de eso toca despertarse en una especie de reseteado diario. Y ahora que lo recuerdo me parece tan significativo que voy a empezar a apelar a la locura. Las cosas cambian, y no creo que seamos tan necios como para no verlas venir.
Tampoco debería ser de ese modo.
Es una cuestión de osadía. El autoengaño se convierte en algo crucial. Aunque sea hipócrita de sentimientos, aunque falsifique las sensaciones al transcribirlas e invente de nuevo sentimientos, aunque realmente sea de piedra... si fuera así, el mundo sería un lugar más agradable para vivir, y yo podría soportarme mucho más. La reflexión crítica conmigo misma acaba por crear un espacio inerte que, como en la canción, consigue separarme del asunto en un momento, sin casi ni proponérmelo, y manteniendo un rumbo estático me pregunto donde se irán las cosas que pensamos, donde se fué aquella primera. Ya no estoy segura de mantener algún tipo de sentimiento dentro.
Y del mismo modo que en aquel viaje de puesta a punto, en algún momento pondré de nuevo el contador a cero.