miércoles, mayo 24, 2006

Me descubro a mi misma como una masoca. Al parecer disfruto pasándolo mal. No he ido al gimnasio en un par de semanas (justo antes de depositar la tesis no tenía tiempo ni de respirar, y justo después no me apetecía demasiado), y esta semana he vuelto a tomar contacto con las clases de combat o de step… El caso es que creo que el profesor de combat es un auténtico asesino reprimido y cobarde que como no se atreve a llevar a cabo sus más ansiados deseos se dedica a dar clases de combat a gente que, como yo, cree disfrutar de esos momentos de agresividad permitida en los que saca su parte más chunga. Ya dice mucho que al tío le vaya el rollito de pegar patadas, puñetazos y ese punto de agresividad (¡como a mi?). Disfruta mortificando al resto del personal con clases más que de dudosa calificación de bienestar físico y/o mental. Ayer casi me mata, y cuando me iba a casa pensaba que manda narices que encima pague por ello. Salí derrotada, hecha polvo, dolorida, con la moral más que agrietada tras asumir que en un par de semanas se pierde el ritmo que tanto tiempo cuesta adquirir. Esta mañana, en cuanto ha sonado el despertador, me he acordado de él y de su madre, y de los gritos de venga chicos!! más fuerte!!! ese hook!! patada alta… etc.. y yo mientras dando las patadas pertinentes y los puñetazos que me demandaban a golpe de alaridos, en un intento de seguir más que dignamente el ritmo que la coreografía así requería. El caso de la clase de step del día anterior fue menos significativo, pero no por ello menos infame. Al llegar a la primera clase tras las mini vacaciones de gimnasio de este último mes, tengo que soportar estoicamente y hasta con cierto asentimiento las puyas de Pedro, el profesor, ante mi ausencia de las últimas clases. Tras esto comienza a sonar la música, como siempre muy mala pero con un ritmo adecuado para lo que allí se va a suceder y con unos decibelios que rozan lo insano. Intento seguir el ritmo, y lo logro a costa de mi escaso bienestar (sudo como una cerda y me pongo roja como un semáforo en un intento desesperado de mi organismo de pedirme que me pare) y a costa también de mi escasa capacidad pulmonar que hace que tenga la desagradable sensación de ahogo (¿!debería dejar de fumar?!). Ante todo, lo más importante es no darle nunca la razón a Pedro. No pierdo el ritmo, no me dejo vencer por una coreografía más propia de una tortura que de una clase de gimnasio a última hora de un día de curro. La primera batalla ha sido vencida, no han logrado hundirme. Pero salgo de allí abatida.

Esta especie de liturgia dura tan solo una semana, después el ritmo se me hace normal, asequible y hasta me pego la vacilada de subir de nivel. Todo llegará pero hasta entonces, aunque no han podido conmigo, casi lo han logrado.