Llega a término un fin de semana algo más licencioso de lo que siempre deseo y me dispongo a rematarlo del peor modo que encuentro. No hay, quizás, nada peor que los remordimientos aderezados con autocrítica ante mi notable incapacidad de no meter la pata. En el fondo no quiero escribir ese mail pendiente y por el cual llevo varios días tan ensimismada en mis demonios. Una simple, y a priori cortés, contestación al recibido hace ya unos días y que se me repite una y otra vez en mis noches en vela. No me creí ni una sola de sus palabras, supongo que del mismo modo que él leerá desde la duda las mías, eso si logro hilvanar algo decente. Y aunque no tenga ni puñetera gracia el asunto, me río al pensar que no se en que momento dimos por válidas las reglas de este juego al que nos hemos viciado tan tontamente. He dejado que pasen los días pero me había propuesto no dejar pasar el fin de semana para contestarle, o más bien contarle porque se trata de un cuento ya que invento más que adorno al decirle lo bien que vivo yo sin él. Pero como ya me ocurría con los deberes del colegio, llega la tarde de domingo aun con la tarea pendiente. Ahora sería el momento de enfrentarme a la página en blanco de su contestación, enlazar palabras para que al final cuenten algo tan maquillado que no se pueda leer lo que quieren decir en realidad, que sería algo así como
déjame de una vez por todas, yo soy incapaz de hacerlo y mi estúpida recurrencia siempre me dirige a ti, así que necesito que lo hagas tú. Pero no deja de ser otra batalla perdida de antemano y como mi inmadurez tiende al “si no lo veo es como si no existiera” de este modo tan tonto he ido eludiendo el dichoso mail.
Con todo esto como preámbulo a mi tarde de domingo y cuando por fin creí armarme de valor suficiente para contestar a ese mail, marcado como pendiente desde hace ya unos días, veo como me ha llegado otro de un amigo y me sirve de excusa perfecta para alargar la espera. Dicho mail me sorprendió por lo escueto, ya que tan solo decía “impresionante! Cómo puede ser que aun no lo hayas visto?!” junto con un enlace. Lo cierto es que me he quedado algo desconcertada y, por qué no decirlo, también me ha mosqueado un poco, supongo que me sonó a cierta reprimenda, aunque mi día espeso no ha ayudado a verlo de otro modo. Por un momento mi impulso fue borrarlo sin mirar siquiera el enlace, aunque finalmente mi curiosidad pudo con mi tarde susceptible. Así que fui a él y me encontré, tal y como reza el post, con Dig! Sí, ese famoso documental que nos cuenta “la historia de dos bandas tan amigas como rivales”,
The Dandy Warhols y
Brian Jonestown Massacre. Antes de ver el documental ya sabemos que hay al menos dos cosas que les unen, los psicodélicos 60 y las drogas. Tras verlo creo que la intención al final les ha quedado en algo más parecido a “cómo ser una persona completamente autodestructiva y no morir (aun) en el intento”. Los Dandy Warhols se plantan aquí como meros secundarios, se han quedado como en la excusa, justificación más bien, y lo peor en el pretendido ejemplo de una banda de éxito. El protagonista es otro, Anton Newcombe que se empeña en convertir su vida en un dragado en espiral de su locura y talento. Reconozco que al ser yo misma la clase de persona que va jodiéndose la vida a cada rato (siempre he pensado que soy mi peor enemigo y cada decisión que tomo es siempre la más errónea) siempre he sentido cierta simpatía por este tipo de personajes, pero Anton Newcombe lo lleva a unos límites inalcanzables y al final resulta que no me produce ningún tipo de afecto. Todo el mundo está de acuerdo en su talento y aptitud (que no actitud), en su tremenda capacidad para la música, pero asimismo nadie le soporta y tampoco le quieren cerca. Y ya sabemos que talento y éxito no van necesariamente ligados. Por momentos me da la sensación de que va un poco de artista incomprendido, como de genio maldito y persona dotada de un talento especial para la música (conmigo viene la revolución, anuncia); pero si te tomas muy en serio a ti mismo (al tiempo que te diluyes en divagaciones), si te crees mucho tu personaje puede que llegue un momento en el que no te soportes ni a ti mismo. Por lo demás, pues a mi me ha sobrado como media hora de documental, aunque debió ser difícil descartar tantas horas grabadas en los 7 años que recoge la cinta; del mismo modo que tampoco hay que olvidar que se trata de eso, de una película documental, con lo cual no deja de ser cierto que el montaje no tiene por qué ser necesariamente fiel reflejo de la realidad, y en su búsqueda de impactar al espectador puede que haya detrás una selección importante de imágenes. Lo mejor, siempre, es que lo veas tú mismo (si no lo has hecho ya) por eso
aquí lo dejo. A mi ya se me van acabando las excusas para no enfrentarme con el dichoso mail, así que allá voy con él. Deséame suerte.