Érase una vez una chica que se creía niña y que vivía entre el mundo de los ensueños y el de nunca jamás, y que muy de vez en cuando salía de su burbuja para realizar visitas al mundo de la realidad. Siempre se había regido por sus propias normas y las cosas establecidas nunca le habían ido demasiado. Esta niña se había criado en diversos, por varios y variados, lugares de la geografía de su país, y fue en uno de esos lugares, quizás del que guarda mejor recuerdo, en donde le cambiaron de nombre y pasaron a llamarla tal y como muchos a partir de entonces la conocen. El hecho de que cada dos por tres tuviera que hacer nuevos amigos había hecho que desde bien pequeña fuera muy independiente. A veces hasta demasiado.
Como decíamos, esta ya no tan niña vivía en su mundo, que no era más que un compendio de los anteriormente comentados. Y en ese mundo dejaba entrar tan solo a quien ella quería, que eran bien pocos pero bien elegidos. Uno de ellos era Micky, un chico al que conoció a los 17 años y a quien adoraba. Realmente lo suyo era admiración y cariño. Era una de las personas con las que mejor se lo pasaba, con las que más disfrutaba de pasar el tiempo y de una buena conversación ya fuera sobre música, la vida o asuntos más terrenales. ¿Y si cuando llegues a las puestas del cielo resulta que San Pedro es Jimmy Page? Le adoraba, compañero infatigable de conversaciones oníricas, de cuentos infinitos y de universos confabuladores. Al mismo tiempo, pero no revueltos, conoció a Pat, una chica muy simpática y siempre dispuesta pasar un buen rato de marcha o de risas con la que desde el primer momento surgió una envidiable complicidad. Compañera infatigable de riera, de ilusiones imaginarias, de ansias de salir de allí y de historias inacabadas.
Pat y Micky eran conocidos, pero no amigos. Entre tanto, el tiempo hizo que se miraran de frente una calurosa noche irlandesa en medio del mediterráneo. Una noche en la que la ya no tan niña, como testigo único y privilegiado, se evangelizó y empezó a creer. Pudo ver con sus propios ojos que era verdad todo aquello que desde bien pequeña le habían contado y en lo que nunca antes había creído, que cuando llega lo hace sin preguntar y que entonces no hay más que rendirse a la evidencia. Y a partir de entonces hubo idas y venidas, llamadas de acercamiento, ramos de flores, confesiones tipo “creo que me estoy enamorando” para que, tras solventar ciertos asuntos, la realidad se impusiera como debía. Y ellos debían estar juntos.
De todo aquello han pasado 7 años y el próximo 19 de Julio esa ya no tan niña será testigo, una vez más, de la unión de estas dos personas, aunque en esta ocasión tan solo será la confirmación de lo ya unido mucho tiempo antes. Y de que es cierto, el amor existe.